Afromúsicas: cuerpos-sonoridades-memorias y territorios


Edizon León Castro  


El ritmo es para el africano la arquitectura del ser,
la dinámica interior que le da forma
Leopold Shengor.




Abordaje del locus musical

Entender y comprender la música implica saber que ésta no puede existir sin unos cuerpos, pues son éstos los que hacen posible la creación, interpretación, ejecución, pues, “están imbricadas, solapadas de manera mágica con el cuerpo”. Siendo cuerpos y músicas una suerte de amalgama, debemos decir que éstas se construyen y constituyen en unas estéticas de la vida. Entonces es válido hablar de unas corpo-musicalidades. Al mismo tiempo, saber que los cuerpos son construcciones culturales y por tanto, son contingentes, dotados de una temporalidad y espacialidad-territorialidad concretas. Y finalmente, decir que estos cuerpos llevan de manera inherente unas memorias. Siendo así, cuando queremos profundizar en los aspectos de las músicas afros debemos hablar de cuerpos-tiempos-territorialidades-memorias-saberes.

Por tanto, cuando queremos estudiar y construir un discurso de la música debemos tomar en cuenta primero el discurso de ese cuerpo que conlleva esa música. Este abordaje que sería una locus de enunciación de las músicas –locus musical-, está inserto dentro de una perspectiva crítica decolonial, como plantea el estudioso musical Ricardo Lambuley:

(…) indisciplinar el discurso de lo musical para repensar no solo el aspecto acústico y formal de la obra musical, sino las condiciones sociales de emergencia e inserción en el sistema cultural que –de acuerdo con los parámetros estéticos “occidentales” y con opciones de mercantilización- acoge unas expresiones consideradas artísticas y excluye otras que proscribe como des-actualizadas o sin estética. (Lambuley, 2015).


Es a partir de este abordaje que quiero analizar con las limitaciones de espacio que implica escribir un artículo, las significaciones y sobre todo los usos sociales y políticos que se hacen de las músicas afroecuatoriana en los actuales momentos. En cierta manera, hay más que una transculturalización una transgresión de sentidos cargada de resistencia que interpela una relación de dominación, he ahí el carácter de cuerpos en resistencia para pasar a cuerpo en re-existencia.


Foto: don Ezeqiel Sevilla constructor e intérprete de la Bomba. Foto: Edizon León, 2015

De la resistencia a la re-existencia de las corpo-musicalidades

Sabemos de sobra que las músicas que portaban los cuerpos de hombres y mujeres en la esclavitud fueron formas de resistencias y de sostener no solo su vida frente a un sistema de in-humanidad, sino de su existencia misma.

Estas corpo-musicalidades emplearon diversas estrategias: fusionaron y recrearon cantos, sonidos, acordes, ritmos, letras, etc. Pero hubo una estrategia que resultó muy interesante y efectiva, y es la de hacer creer al poder colonial-esclavista que la música era inofensiva, que no era más que una expresión y una necesidad de recreación frente al intenso y violento trabajo en las plantaciones de cañaverales, minas. Esta estrategia permitió que los “amos” no prestaran mucha atención a estas expresiones musicales, sin embargo, para los esclavizados eran estrategias de sobrevivencia, de lucha y sobre todo de existencia. Sabían y sentían que a través de sus cantos podían retomar, llamar y hablar con sus dioses, volver a la memoria de sus tierras de las cuales fueron arrancados, volver a sentir-se que era lo que daba sentido a su humanidad. Sin evitar que también fuera un medio para liberar angustias, afectos, impotencias y violencias acumuladas.

Para el caso de Ecuador hay dos tradiciones musicales ancestrales, la música de la bomba, donde se incluye la música realizada por la Bancha Mocha, y la música de la zona de Esmeraldas que conlleva varios ritmos y se centra alrededor de la marimba como instrumento principal acompañado de guasás, maracas, cununos y tambores.
Se puede decir que la música de la bomba no es un ritmo africano que se fijó en las tierras calientes del Valle del Chota-Mira, sino un ritmo que fue re-creado a partir de las memorias musicales africanas y las nuevas condiciones sociales y culturales que le tocó vivir a los esclavizados en esta tierra. Es por ello pertinente hablar de un mestizaje musical, pero muy lejano de ese entendimiento del mestizaje que resalta la hegemonía de lo “blanco” e invisibiliza las relaciones de poder que se ejercen en el relacionamiento con lo diverso y diferente. Más bien, es un mestizaje que toma prestado elementos de otras culturas produciéndose un intercambio y diálogo cultural, pero en condiciones adversas, muchas veces como parte de estrategias de sobrevivencia cultural.

No hay una documentación de archivos históricos que nos daten de manera concisa los orígenes de esta música, de lo poco que se encuentra es alguna descripción de un viajero que muy vagamente hace algún comentario. Y este artículo, tampoco tiene la pretensión de llegar a eso. Sin embargo, es importante mencionar que la escasa información documental histórica acerca de esta música es el resultado del desinterés que ha despertado en los ámbitos de la academia.

La música afroesmeraldeña cuyos instrumentos principales son la marimba, junto con los cununos y el tambor, es diferente rítmicamente a la música del Valle del Chota-Mira, porque conllevan historias y paisajes culturales distintos, pero hay puntos de encuentro por la memoria compartida de la esclavitud.  Esto además de marcar una diferencia musical dentro de las corpo-musicalidades afroecuatorianas, han sufrido el mismo proceso de estereotipos negativos en sus representaciones.

Siendo corpo-musicalidades, debemos entender que los cuerpos de los afrodescendientes fueron y continúan siendo estereotipados, erotizados y sexualizados, y por tanto, sus músicas también sufrieron la misma suerte, esto ha llevado a que sean subaltenizadas (música popular) por la cultura hegemónica (alta cultura) y desvaloradas por lo mundo académico. Entrando en la lógica colonial de des-legitimar saberes y conocimientos musicales, desde su propio locus de enunciación de la “blancura”.

Vale recordar el hecho que la música afroesmeraldeña fue prohibida a mediados del siglo XX (según la memoria de los mayores como Remberto Escobar y Petita Palma, desde 1936 hasta 1956) por parte de la Iglesia, por considerarla una música del diablo, debido a sus ritos fuertes y sus bailes.Deslegitimando estos saberes musicales de la “negritud” y al mismo tiempo legitimando representaciones que tienen efectos reales en la construcción de subjetividades consolidando un statu quo de poder establecido desde el sistema de dominación colonial.

Alrededor de esta música se fue configurando junto con otros elementos la identidad del pueblo afroecuatoriano –al interior-, mientras que hacia afuera se constituyó en “música de negros”. Condenada a una territorialidad rural y que en la ciudad adquiere un matiz folclórico. De allí que deba plantearse la relación: músicas, lugar (espacio) y representación.

Mientras desde una perspectiva decolonial se insiste en que esas corpo-musicalidades son poseedoras de unas estéticas. Cajigas (2000), plantea la estética de la re(ex)sistencia como una propuesta de un “ethos como un arte de vivir, un sentido de la vida desde la experiencia personal que activa el ejercicio de poder y la libertad desde lo cotidiano, produciendo otras formas de biopoder”, y que al mismo tiempo  generan cuerpos-potencia. “Los cuerpos en potencia emergentes de las prácticas de re(ex)sistentes (que estetizan la existencia, que la hacen encantadora) operan en el contexto de la sociedad de control como una máquina de guerra…” (Cajigas, 2000).


Don Cristóbal Barahona tocando la bomba y Papá Roncón en la guitarra. Foto: Edizon León, 2012 

Cimarronaje de las corpo-musicalidades desde la representación

En este sentido, las músicas afros con todos los significados y sentidos han resistido a esas representaciones, pero creo que también han empezado a re-existir, es decir, han comenzado a deconstruirse a sí mismas –casa adentro-, han comenzado a ver que hay en esas músicas unas memorias que dan cuenta de todo un proceso histórico y político, que hay saberes y conocimientos locales implícitos, y además conllevan unas pedagogías, en tanto, enseñan a re-aprender lo propio. Ha sido de esta manera como han desestabilizado esas representaciones estereotípicas de herencia colonial.

El proceso de resignificar, de desestabilizar esas representaciones musicales son formas decoloniales de re-existencia decoloniales:

El ritmo es la arquitectura del ser, dinámica interior que le da forma, la pura expresión de la energía vital, el shoc que produce la vibración o fuerza que sensiblemente nos toma en nuestras raíces y se expresa materialmente a través de líneas, colores, superficies y formas en arquitectura, escultura o pintura, a través de acentos en la poesía y en la música… (Senghor citado por Picotti, 2003).

De esta manera, se evidencia que los ritmos musicales afros no están genéticamente en los cuerpos de los afrodescendientes, son construcciones sociales ligadas a las políticas de representación, donde se resignifican. Entender y sentir las corpo-musicalidades desde otro locus musical, que es desde el locus de re-existencia, es volver a los sentidos y significados de los mayores, como bien lo comenta Lindberg Valencia músico y activista del pueblo afroecuatoriano:

La música afroecuatoriana y sus componentes, han jugado un rol fundamental en la pervivencia de las comunidades: el canto y la música es para nacer, morir, reír y llorar, para sembrar y cosechar, para el amor y el desamor, para resistir, para luchar, para ser libres y para soñar, en fin; la música es la vida misma del afrodescendiente. Esto tiene una explicación: la música ha sido el ‘instrumento’ ideal para resistir la condición adversa que les tocó padecer en condición de esclavizados. (Entrevista personal con Lindberg Valencia. 2016).

Otros de las fracturas en estas representaciones estereotipadas de las corpo-musicalidades, ha sido el espacio, dejar atrás esa asignación natural de ruralidad inherente a la cultura musical de los afrodescendientes. Así la ciudad no encuentra espacio para estas sonoridades, sin embargo, el trabajo de muchos músicos y gestores culturales afros han empezado a transformar esta realidad, y los jóvenes han tomado la posta. Pero también se ha empezado a recrear estas musicalidades tradicionales.

(…) frente a la innovación de sonoridades y ritmos vaciados culturalmente, que circulan en los medios de comunicación actuales, los jóvenes afros en Quito y otras ciudades, han optado por apelar a sus raíces como sonoridad básica, para sus propuestas musicales más modernas. Así tenemos agrupaciones de fusión entre la bomba y el son, entre las músicas de marimba y el jazz ó funky, entre los toques de bundes con chachachá, ó en el cultivo de la llamada música urbana, como el rap, hip hop, regae, etc., enriquecidas con melodías de bombas, con células rítmicas de bambucos ó andareles, como actualmente están trabajando los niños y jóvenes de la Roldós y Pisulí. O lo que es aun mejor, fusión entre la misma bomba y los toques de marimba. (Entrevista personal con Lindberg Valencia. 2016).



Es que esta manera de recrear y reinventar ritmos es algo inherente a la cultura misma, pero al mismo tiempo, esta contemporaneidad de las músicas afros son una resistencia porque rompe con ese congelamiento histórico y estatismo cultural, es decir, mirar a estas corpo-sonoridades por fuera del tiempo de la modernidad, ancladas a un pasado. Esta innovaciones de sonoridades han ido ocupando y ganando espacios es la urbanidad, se han ido buscando su lugar como decían los mayores. Es porque estas corpo-musicalidades pertenecen al mundo de la diáspora, por tanto, son músicas en movimiento.

En todo caso esta sonoridad, fruto de la diáspora, tendrá algo distinguible: elementos símbolos, lingüísticos, entonaciones, giros, palabras, bailes, toques que, permanentemente, nos recuerdan corporalidades, sentimiento o enérgicos movimientos. La diáspora africana posibilita en occidente el nacimiento de nuevas fuentes sonoras, las mismas que asentadas en diversas geografías emprendieron la ruta de preservarse, mezclarse, renovarse u ocultarse, para dar nacimiento a otras diásporas, a otros paradigmas. (Mullo, 2015; 13).  

Estas “nuevas” formas de expresión musical tienen deben ir de la mano con la pertenencia al pueblo afroecuatoriano.


Sin la voluntad para resistir, los proyectos de vida de los pueblos ancestrales nacen, pero son pocos los que florecen. La resistencia, es parte importante de todo proyecto de vida de un pueblo, por eso, tiene que nacer y crecer al mismo tiempo que nace y crece el proyecto de vida. (Abuelo Zenón citado por Juan García, 2010).





Bibliografía referenciada

CAJIGAS, Camilo
2007 “Estéticas de re(ex)sistencia. Por las sendas de la descolonización de la subjetividad”, en Revista Nómadas, Teorías decoloniales en América Latina, Instituto de Estudios Sociales Contemporáneos abril, No. 26, pp. 128-137.

GARCÍA, Juan
2010 Territorios, Territorialidad y Desterritorialidad, Fundación para el Desarrollo de Alternativas Comunitarias de Conservación del Trópico, ALTRÓPICO, Quito.

LAMBULEY, Ricardo
20014 JOROPO: Sonoridades de la vida, estéticas de la existencia. Tesis Doctoral de Estudios Culturales Latinoamericanos. Universidad Andina Simón Bolívar. Quito.

MULLO, Juan
2005 Ritmos Cimarrones: Cantos y Danzas Iberoamericanas, IPAN-CAB, serie Patrimonio vivo compartido. Quito.

PICOTTI, Diana
2003 “Algunas consideraciones acerca de la narrativa rítmica negroamericana”, en Revista Memoria y Sociedad, Diásporas Afroamericanas, volumen 7, noviembre, Bogotá, pp. 145-164.






[1] El término de transculturalización lo acuñó el antropólogo cubano Fernando Ortiz, para referirse a los cambios culturales que se producen con resultado de contactos entre culturas a través del tiempo. La crítica a este concepto, es que no se plantea el conflicto en ese relacionamiento cultural (imposición cultural), no se visibiliza las relaciones de poder que entran en juego –dominación-resistencia-, sino que se apuesta al resultado final como un enriquecimiento cultural.
[2] La Banda Mocha llamada así por la utilización de instrumentos “mochos” cortados que se encuentran en el contexto ecológico de la zona del Valle del Chota-Mira, como son los puros, la hoja de naranjo, las cornetas de hoja de cabuya. Sin embargo, es necesario aclarar que la música que desarrolla esta banda es parte del repertorio de la Música Bomba, llamada está por el instrumento principal de percusión que tiene el mismo nombre, y que está hecho de una caja de madero de chahuarquingo (penco), y forrado por cuero de chivo antiguamente y ahora cuero de res.
[3] Para el etnomusicólogo Mullo, “Casi no existe obra existente de algún compositor académico nacional, o se crean en nuestro medio composiciones negristas o africanistas. Hasta por lo menos los años ochenta del siglo XX, no hay algo significativo en relación al grueso de obras de corte totalmente indigenista. Ideológicamente se excluye lo que suene a percusión, a ritmos, a jolgorios”. 2015; 13.
[4] La historia de la provincia de Esmeraldas tiene dos momentos históricos; el uno es una historia temprana en la época de la colonia de cimarronaje y de territorio autónomo, y un segundo momento de esclavitud con los reales de minas en el norte de Esmeraldas.
[5] Este dato fue proporcionado por Lindberg Valencia, estudioso de la música afroecuatoriana en una entrevista personal. 2016.
[6] Si se quiere mayor información acerca de cómo estas músicas fueron vaciadas de contenidos a partir de estetización académica consultar el libro Ritmos Cimarrones: Cantos y danzas iberoamericanas, de Juan Mullo, 2015.