Cómo la sabiduría se esparció por el mundo
Tomado de la memoria colectiva del África.
En Taubilandia vivía en tiempos remotos, remotísimos, un
hombre que poseía toda la sabiduría del mundo. Llamábase este hombre Padre
Ananzi, y la fama de su sabiduría habíase extendido por todo el país, hasta los
más apartados rincones, y así sucedía que de todos los ámbitos acudían a
visitarle las gentes para pedirle consejo y aprender de él.
Pero he aquí que aquellas gentes comportáronse
indebidamente y Ananzi enfadóse con ellos. Entonces pensó en la manera de
castigarlos.
Tras largas y profundas meditaciones decidió privarles de la
sabiduría, escondiéndola en un lugar tan hondo e insospechado que nadie pudiera
encontrarla.
Pero él ya había prodigado sus consejos y ellos contenían
parte de la sabiduría que, ante todo, debía recuperar. Y lo consiguió; al menos
así lo pensaba nuestro Ananzi.
Ahora debía buscar un lugarcito donde esconder
el cacharro de la sabiduría; y, sí, también él sabía un lugar. Y se dispuso a
llevar hasta allí su preciado tesoro.
Pero... Padre Ananzi tenía un hijo que tampoco tenía un
pelo de tonto; llamábase Kweku Tsjin. Y cuando éste vio a su padre andar tan
misteriosamente y con tanta cautela de un lado a otro con su pote, pensó para
sus adentros:
- ¡Cosa de gran importancia debe ser ésa!
Y como listo
que era, púsose, ojo avizor, para vigilar lo que Padre Ananzi se proponía.
Como
suponía, le oyó muy temprano por la mañana, cuando se levantaba. Kweku prestó
mucha atención a todo cuanto su padre hacía, sin que éste lo advirtiera. Y
cuando poco después Ananzi se alejaba rápida y sigilosamente, saltó de un
brinco de la cama y dispúsose a seguir a su padre por donde quiera que éste
fuese, con la precaución de que no se diera cuenta de ello.
Kweku vio pronto
que Ananzi llevaba una gran jarra, y le aguijoneaba la curiosidad de saber lo
que en ella había.
Ananzi atravesó el poblado; era tan de mañana que todo el
mundo dormía aún; luego se internó profundamente en el bosque.
Cuando llegó a
un macizo de palmeras altas como el cielo, buscó la más esbelta de todas y
empezó a trepar con la jarra o pote de la sabiduría pendiendo de un cordel que
llevaba atado por la parte delantera del cuello. Indudablemente, quería
esconder el Jarro de la Sabiduría en lo más alto de la copa del árbol, donde
seguramente ningún mortal había de acudir a buscarlo... Pero era difícil y
pesada la ascensión; con todo, seguía trepando y mirando hacia abajo. No
obstante la altura, no se asustó, sino que seguía sube que te sube.
El jarro
que contenía toda la sabiduría del mundo oscilaba de un lado a otro, ya a
derecha ya a izquierda, igual que un péndulo, y otras veces entre su pecho y el
tronco del árbol. ¡La subida era ardua, pero Ananzi era muy
tozudo! No cesó de trepar hasta que Kweku Tsjin, que
desde su puesto de observatorio se moría de curiosidad, ya no le podía
distinguir.
- Padre - le gritó - ¿por qué no llevas colgado de la espalda ese
jarro preciado? ¡Tal como te lo propones, la ascensión a la más alta copa te
será empresa difícil y arriesgada!
Apenas había oído Ananzi estas palabras, se inclinó para
mirar a la tierra que tenía a sus pies.
- Escucha - gritó a todo pulmón - yo
creía haber metido toda la sabiduría del mundo en este jarro, y ahora descubro,
de repente, que mi propio hijo me da lección de sabiduría. Yo no me había
percatado de la mejor manera de subir este jarro sin incidente y con relativa
comodidad hasta la copa de este árbol. Pero mi hijito ha sabido lo bastante
para decírmelo.
Su decepción era tan grande que, con todas sus fuerzas,
tiró el Jarro de la Sabiduría todo lo lejos que pudo. El jarro chocó contra una
piedra y se rompió en mil pedazos.
Y como es de suponer, toda la sabiduría del
mundo que allí dentro estaba encerrada se derramó, esparciéndose por todos los
ámbitos de la tierra.